No hace tanto que Mariah (pronunciar correctamente: Maraia) realizaba todos sus viajes de promoción acompañada de una sonriente señora de origen irlandés, un chucho negro y un cálido sofá. Además de sus otras 35 páginas de exigencias jamás, y eso significa j-a-m-á-s, se separaba de su mamá, su histérico terrier y el sofá que sus reales posaderas sabían reconocer y apreciar instantáneamente. Si Mariah tenía que
actuar, los tres — mamá, perro y sofá — eran instalados inmediatamente en el camerino. Que regresaba al hotel, todos de vuelta.
Pero desde que se divorció en 1997 de su ultraprotector marido, Tommy Mottola, capitoste de Columbia, su sello discográfico, y descubrió las virtudes de unos genuinos huevos rancheros al estilo Luis Miguel, Mariah Carey (Long Island, Estados Unidos; 1970) ya no es la misma. La madurez y libertad permiten que ahora mami se quede en casa, sacando al can a hacer pis y sacudiendo el polvo del sofá mientras la niña de sus ojos viaja por el mundo vendiendo más discos que nadie a golpe de escote abisal y balada romántica. Como explica Annabel Butler, jefa de prensa en España de su anterior compañía, Columbia: “Partiendo de que es una estrella, en el fondo es una tía normal. Antes era mucho más diva: nadie podía hablarle ni se podía acercar a ella.”
Confirmado: Mariah ha madurado y sabe lo que quiere. Ahora sólo pide desplazarse en limusina blanca y viajar en jet privado con la asistencia de una peluquera, una cocinera, un estilista, una maquilladora, una fisioterapeuta, tres moles de seguridad (uno delante, dos a los lados), un largo equipo de managers, cuatro técnicos que iluminan personalmente sus actuaciones en televisión (con su propio juego de luces y filtros) y algunas otras personas sin una ocupación definida que completan la troupe de sus 20 ayudantes. En los hoteles donde se aloja exige que le instalen un equipo especial de vídeo (“para estudiar a la competencia,” aclara Annabel), otro de música, humidificadores, flores blancas (¿nunca amarillas!), cestas de fruta fresca, una línea directa con Telepizza, una costurera que hable inglés y una máquina de correr, que tanto necesita para paliar los efectos de su felino apetito. En Madrid se aloja en la suite presidencial del hotel Palace desde que su hombre se la recomendó. Mide 200 metros cuadrados. Cuesta 525.000 pesetas diarias. Sin complementos. Y sin contar las habitaciones anexas para su equipo.
Pero basta de ironías: los ceros a la derecha son algo muy serio. Especialmente en el mundo de Mariah, cuyos delicados deditos rubricaron a principios de este mes de abril el contrato más terroríficamente suculento que haya soñado nunca una cantante: entre 3.700 y 4.000 millones de pesetas por disco (la prolífica cantante ha grabado nueve en diez años…), que Virgin Records desembolsará encantado por la mujer que más ejemplares ha vendido en la historia del pop, 140 millones. Sus números uno en Estados Unidos, 14, sólo son superados de momento por The Beatles y Elvis Presley, mientras que es la artista que más semanas ha permanecido en el top 1 de singles en la historia de su país (más de 6o semanas). Pero hay más. Ahora la ambiciosa chavala quiere ser actriz, y por eso ha organizado (entiéndase, producido) una película de tintes autobiográficos, All that Glitters (Todos esos brillos), para la que ha rematado la banda sonora en el estudio malacitano El Cortijo.
Allí se pudieron ver sus pómulos más sonrosados que nunca, abrazada a su Luismi, al que le unen dos años de romanticismo glamouroso, diamantinos regalos y vacaciones en exóticos parajes (Capri, Bahamas, Acapulco, Aspen… ¿Tenerife?). “Yo antes creía que todo era un montaje, pero empiezo a pensar que realmente están enamorados,” explica Mari Franco, incondicional fan murciana de 20 años que, gracias a un pintoresco tatuaje en la espalda (una mariposa con el nombre de la Carey perfilado entre las alas), lleva llamando la atención de la diva desde hace un par de años en todas sus visitas a España.
Esta vez, su tocaya la invitó a subir a un yate en Puerto Banús (precio de alquiler: un millón diario) para enseñárselo al cantante del eterno bronceado. “La verdad es que estás con ellos y todo parece forzado, poco natural,” dice Mari. “Pero el caso es que la noche antes vi a través de una ventana que él le ponía un anillo a ella.” No sería la primera vez que se hablara de boda. Incluso se dice que la avispada neoyorquina le hizo firmar un contrato prematrimonial en septiembre de 1999 para proteger su incalculable fortuna en caso de, Dios no lo quiera, separación.
Su corazón late hoy como una máquina de hacer palomitas, pero no toda su vida han sido rosas y vino (que le gusta mucho, pero que mucho, por cierto). Aunque es verdad que el hombre que le dio la hiel también la cubrió de mieles. Cuenta la leyenda que Tommy Mottola, un italiano vinculado con la mafia en su juventud y capo máximo de Columbia en 1990, conoció a Mariah en una party, se llevó una maqueta suya, la escuchó en su limo e inmediatamente ordenó dar media vuelta para buscarla y convertirla en su nueva diosa. Profesional y personalmente.
El cuarentón Mottola dejó mujer y dos hijos por la exuberante promesa, le produjo su primer disco (Mariah Carey, 1990) y organizó una campaña de promoción tan brutal que terminó vendiendo 12 millones de copias y cosechando dos premios Grammy. La megaboda se celebró dos discos después, en junio de 1993, y con ella la nueva cenicienta del pop cumplió su sueño de casarse como Lady Di. Para ello encargó un vestido similar al de la malograda princesa (40 millones de pesetas de seda color marfil chez Vera Wang) con velo de ocho metros y 25 centímetros. Hasta reformó una antigua diadema de la familia para que se pareciese a la de Diana-82.
Rápidamente se había convertido en la nueva novia de América gracias a esas pegadizas canciones arrulladas con su prodigiosa y negra voz, capaz de recorrer cinco octavas sin despeinar su ensortijada melena caoba. Canciones que, esta era la novedad, siempre componía y producía ella misma. Pero la diosa no era feliz: “Mottola no solo controlaba su carrera meticulosamente, sino todos los aspectos de su vida,” explica Lucas Tamashiro, el presidente de su Club de Fans hispano. “El vestuario, el peinado, la música… Le vigilaba hasta las conversaciones telefónicas y le prohibía salir por las noches. Tenía celos de todo el mundo.”
Fue “un pajarillo en una cárcel de oro,” como gráficamente ha explicado la interfecta, hasta que comenzaron los trámites de su divorcio en 1997. Y con éste llegó el escándalo: noches enteras de juerga en los garitos de peor calaña del Bronx; amoríos que hacían las delicias del couché (la estrella de béisbol Derek Jeter, su bailarín David Fumero, el malencarado rapper Q-Tip y, desde enero de 1999, Luis Miguel); cambio de look con recorte radical de faldas y escotes (“Es agradable arreglarse y vestirse sexy. Es una faceta mía que antes no tuve la oportunidad de cultivar,” ha explicado) y, lo más importante de todo, evolución estilística hacia ambientes y ritmos cercanos al hip hop con colaboradores con denominación de origen como Puff Daddy, Jermaine Dupri, Da Brat, Jay-Z o Missy Elliott. Como ha explicado: “Me sentía constantemente espiada y analizada. Apenas veo a Tommy desde entonces, y cuando lo hago la situación suele ser tirante.”
La vida loca, en todo caso, suele quedar en casa. La coqueta diva (asegura medir 1,75 y pesar 55 kilos) tiene aprensión a las masas y miedo a ser inmortalizada por los paparazzi en situaciones inconvenientes, así que cuando viaja fuera se acuesta a horas razonables. Siempre que viene a España, por ejemplo, va al Corral de la Morería (Madrid) donde reserva mesa para ella y todo su equipo “nada más llegar al aeropuerto,” como explica su primer maitre, Justino de Diego. Tras la cena, (“siempre se pone morada de paella, yo creo que de ahí viene la pechuga que tiene”), asiste entusiasmada a un espectáculo de flamenco.
Sus curvas despiertan exorbitadas pasiones en España: ha habido clubes de fans en Sevilla, Murcia, Córdoba, Madrid y Barcelona, aunque ahora sólo sobrevivan los dos últimos, cuyos planes son precisamente fusionarse y formar uno solo oficial con sus actuales 450 socios. Mariah es un fenómeno en nuestro país: cada vez que hay una firma de discos se colapsa el recinto, como sucedió en una ocasión en un centro de El Corte Inglés de Madrid en el que 3.000 seguidores hicieron cola tan apretujados que llegó a reventar una luna de la presión.
El CD que la lanzó aquí fue el que la convertiría en absoluta número uno mundial: medio millón de ejemplares de Music Box (1993) descansan hoy en las vitrinas de este país. Desde entonces, se suelen vender de media en España 150.000 copias de cada uno de sus lanzamientos.
Musicalmente, Mariah Carey comenzó su carrera a la sombra de Whitney Houston, que cinco años antes había patentado la fórmula de soul-pop comercial más voz superdotada de coro gospel, y ha echado mano habitualmente de productores que antes habían colaborado con la Houston (Narada Michael Walden, su protegido Walter Afanasieff, Babyface y David Foster). Si a todo ello se añade la actual película que prepara nuestra rubicunda heroína sobre una cantante, queda claro que su dúo con Houston para la película El Príncipe de Egipto (en 1998) fue un pacto con el diablo de proporciones bíblicas.
Pero esta no es la única mácula en su apretada trayectoria. En septiembre de 2000, meses después de una estancia en el hospital por una indigestión de ostras, la bella Mariah fue acusada de plagio por un dúo rapero. Ese mismo año su hermana Alison también amenazó con publicar el clásico libro-con-toda-la-verdad, y adelantó un sucio trapo: la pobre tuvo que financiar el inicio de la carrera de su hermana prostituyéndose. Un representante de la diva lo negó todo, claro, añadiendo que la pobre era drogadicta y seropositiva para más inri.
Recordemos que Mariah es la hija pequeña de una cantante de ópera y un ingeniero aeronáutico de padres venezolano y afroamericano. Fue mamá la que le puso su virginal nombre, pues pensaba que sonaba bien para una artista, y la que comenzó a darle clases de canto a los cuatro años.
El día después de su graduación en el instituto se fue a Nueva York para triunfar. Ya se sabe que el sueño preferido de la imaginería norteamericana es salir de la nada (fue camarera y vendió recuerdos turísticos en Times Square), hacer muchos sacrificios (compartía piso con otras tres chicas), trabajar duro como corista en todo tipo de grabaciones y esperar pacientemente una oportunidad.
Su meteórica proyección durante los 90 y su prodigiosa capacidad de renovación e impacto mediático hacen que hoy sea una de las artistas más importantes en la FM global. Gracias a la estética de bombástica lolita yanqui ha creado un estereotipo que nada tiene que ver con una artista que conoce a la perfección el negocio musical y que es dueña de su carrera como coautora y coproductora de sus hits (hasta dirige los vídeos).
Pudo parecer una histérica caprichosa, por ejemplo, cuando se negó a cantar en directo en la gala Miss España 99 y hubo que grabar su actuación. Motivo: no compartir un segundo de pantalla con Paula Vázquez. Explicación: la presentadora española es mucho más alta y estilizada. ¿Tonta? Ni un pelo. Así es como se forjan las estrellas. Mariah, de momento, prepara su enésima conquista de las listas mundiales con su aventura cinematográfica y un dúo con Michael Jackson para el disco de regreso de éste. Allá donde se encuentre, siempre habrá una persona de promoción con una pajita en el bolsillo por si la diva quiere beber algo. No se confundan: no le preocupan los microbios, sino el pintalabios.