Mariah Carey no es feliz. Lo dice entre dientes, intentando tragarse las lágrimas que brotan involuntariamente de sus ojos negros. Mientras el resto de los mortales pagarían por tener una mínima parte de su fama o su dinero, ella aún no lo disfruta: “Ser famosa es algo extraño, complicado. Me obligo a diario a dar gracias por lo que he conseguido pero sigo siendo una persona vulnerable, he sufrido mucho, he trabajado duro para llegar hasta aquí, pero…”
No termina la frase. Casi nunca lo hace. Mira hacia otro lado e intenta sonreír. Parece frágil. Quizás sea el resfriado que arrastra desde que empezó la promoción de su octavo disco, Rainbow, hace una semana. O quizás sea cierto: ser la cantante femenina que más álbumes y singles ha vendido en la década de los noventa (120 millones en todo el mundo) “no es el secreto de la felicidad.”
Está sentada en un restaurante de Nueva York, esperando a que su limousine venga a buscarla para llevarla al aeropuerto camino de Europa. El rostro feliz que luce en los carteles que promocionan su disco y que estos días tapizan su ciudad natal no tiene nada que ver con la joven acatarrada y agotada que habla confusamente para Vogue sobre el sentido de la vida: “Estoy aprendiendo a conocerme, a aceptarme, a ser yo misma. Creo que ahí está la clave.” A lo largo de la entrevista, Mariah Carey, de 29 años, repite constantemente tres cosas: “He sido incomprendida e infravalorada, soy una luchadora a la que nadie le ha regalado nada y que quiere ser libre.”
Para entender sus palabras hay que zambullirse en su pasado. Creció en Nueva York en el seno de una familia humilde y problemática, de padres divorciados y hermanos conflictivos. Desde los tres años vivió junto a su madre, una cantante de ópera que interpretaba tanto a Aretha Franklin como famosas arias. Se independizó con quince años, trabajando de camarera mientras escribía y grababa sus propias canciones. Quería triunfar en la música y un día se produjo el milagro: en 1988 conoce a quien más tarde sería su príncipe azul, Tommy Mottola, un ejecutivo de la discográfica Sony con quien se casó en 1993. Tras escuchar una maqueta de Mariah, Mottola decide grabarle un disco. “Era lo que más deseaba en el mundo, salir de la miseria y… ¡ser una cantante famosa!,” exclama mientras apura una copa de vino blanco.
Con su primer disco, titulado Mariah Carey, consiguió dos Grammy y vendió más de 12 millones de álbumes en todo el mundo. No obstante, y a pesar de que la crítica reconociera la calidad de su voz (su espectro vocal cubre seis octavas), hubo múltiples detractores que atacaron la simplicidad de sus letras (clásicas historias de amor y desamor) y lo excesivamente meloso de su música. Pero sus baladas, que han creado hordas de fans en todo el mundo, han ido dejando paso suavemente a otros tipos de música y Rainbow es la prueba más evidente. “Yo crecí en las calles de Nueva York, el hip hop es parte de mi cultura, así que nadie debería sorprenderse de que haya empezado a introducirlo en mis discos,” afirma.
El primer paso lo dio con Butterfly, su sexto álbum, con la colaboración de raperos renombrados como Puff Daddy o Krazie Bone. No es una coincidencia que fuera su primer trabajo tras separarse de Mottola, en 1997. “él no me dejaba hacer lo que yo realmente quería. Por eso, una vez libre, pude empezar a expresar musicalmente lo que yo era,” subraya.
De hecho Mariah habla constantemente de un antes y un después de Tommy Mottola. Aunque ella siempre ha compuesto sus canciones, “antes” estaban él/ellos (la discográfica) decidiendo lo que habia que hacer y “ahora” es ella la que toma las decisiones. “No les culpo. Yo era joven e inexperta pero ya he aprendido.” Tanto, que incluso ha cambiado la forma de hablar de si misma: que nadie se arriesgue a decir que ella es “sólo” cantante porque su genio se desata. “Soy compositora, productora y músico.” Tajante.
La génesis de Rainbow coincide con su nueva relación sentimental: el cantante mejicano Luis Miguel. “él es un hombre seguro, me acepta como soy y no se mete en mi trabajo.” Incluso grabaron juntos un tema para el disco pero lo desecharon porque no les gustó el resultado. “Nuestra relación no tiene por qué explotarse comercialmente,” aclara rápidamente.
Coproducido junto a Jimmy Jam y Terry Lewis (renombrados productores), Rainbow cuenta con la presencia de raperos importantes como Jay-Z, Missy Elliott, Da Brat o Snoop Dogg. Y aunque es innegable que han contribuido a la evolución de la música de Mariah, sus letras siguen en su tónica habitual y aún hay melosas baladas que entusiasmarán a algunos y… ¿seguirán empalagando a otros?, arriesgamos preguntar.
“¡No, Rainbow es un abanico musical con muchas influencias. Mi música está cambiando porque yo estoy cambiando!,” asegura, visiblemente ofendida por la insinuación.
Bueno, calma. Cambiemos de tema. Su nueva pasión: el cine. Acaba de hacer un cameo en la película The Bachelor, de Gary Sinyor, y en primavera comenzará el rodaje de All That Glitters, un musical escrito por Kate Lanier. Es la historia de una cantante que se hace famosa en la década de los ochenta y que, por supuesto, protagoniza Mariah. Ella es también la productora del filme y la compositora de la banda sonora. “Siempre he querido actuar. Llevo casi dos años tomando clases de interpretación y ahora toda mi energía se concentra en eso. Ser actriz es muy importante para mí porque
me está enseñando a mostrar mis emociones, a no avergonzarme de lo que siento, es...” (silencio y esboza una sonrisa).
El ídolo absoluto de Mariah es Marilyn Monroe. Su admiración por ella la llevó a invertir 106 millones de pesetas en comprar su piano de cola en la llamada “subasta del siglo.” “Ni siquiera sé si me lo quedaré. Me gustaría donarlo a un museo.” Pero no hay un museo dedicado a Marilyn, apunto. “Pues tenemos que crearlo. Ella se lo merece. Todo lo que se subastó allí debería ir a un museo. El piano de Marilyn es una pieza de la historia de América. Yo quería salvarlo de la rapiña. Representa su infancia, su madre, todos los problemas que tuvo siendo niña y que hicieron de ella quien fue. Yo crecí admirando a Marilyn. Sufrió mucho, fue una incomprendida, siempre en el papel de la tonta pero… ¡era una intelectual de nuestro siglo!.”
¿Se siente Mariah identificada con Marilyn? “Siento una conexión con ella porque yo también fui una niña triste, que sufrió mucho y que empezó a desear estar bien, a hacer cosas que le hicieran sentir bien, es duro.” Los ojos de Mariah vuelven a llenarse de lágrimas. Pero ahí está su manager, pronta a salvarla y a llevársela en limousine hacia el aeropuerto. “Puedes terminar la entrevista en el coche” exclama la cantante-productora-compositora-actriz.
Recorriendo las calles de Nueva York apetece saber qué piensa Mariah sobre política, ahora que su país se prepara para las elecciones. “Soy una artista, no tengo opinión sobre estas cosas.”
(Seca). Antes de que vuelva a enfadarse, más vale cambiar de tema.
¿Duerme Mariah en los aviones? “Hace años que tengo insomnio. Así que paso muchas noches hablando por teléfono, escuchando música, viendo películas, escribiendo canciones…” ¿Y qué hay de la lectura? “Guiones.” ¿Y no hay ningún escritor? “Stevie Wonder. Es el mejor. Es una inspiración en mi vida.” ¿Ningún escritor “de libros”? “¡Ah! — exclama. Piensa un poco y dispara —, Jimmy Angelo.” (????)
“El tiempo se acaba, estamos a punto de llegar,” nos advierte su manager. Y con la advertencia llega el momento de la última pregunta. ¿Cuál es la meta de Mariah Carey? “Ser una persona feliz y (duda)… aprender a actuar, hacer una buena película y que me recuerden siempre como una persona que luchó por conquistar sus sueños.”