El Ordinario Mundo De Mariah Carey

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Rolling Stone magazine by David LaChapelle
Photos by David LaChapelle
Rolling Stone (ES) March 2000. Text by Mim Udovitch.

Mariah Carey vive en una espiral. Es la una de la madrugada, que viene a ser el mediodía en el universo de la cantante, y lleva una sudadera gris con capucha y unos tejanos al estilo Mariah — sin vueltas y sin cinturilla — una imagen que adoptó durante las sesiones fotográficas para la portada del sencillo “Heartbreaker” (Rompecorazones). La espiral es una constante en la vida de Mariah, y tiene muchas formas: la espiral del viaje, la espiral emocional, y, en este momento, la espiral del trabajo.

Mariah está en Miami, aunque inició la jornada en Argentina, y se está preparando para la sesión de montaje de un especial de televisión filmado en Long Island, donde pasó su infancia en compañía de su madre — sus padres se divorciaron cuando tenía tres años. Allí actuó en su antigua escuela secundaria. “Quería hacer algo después de todo lo que ocurrió en el instituto de Columbine [la matanza de estudiantes a manos de dos compañeros en Denver, Colorado], y como sigo teniendo sueños de la escuela y el Instituto, no he olvidado lo que era estar allí,” dice. “Así que pensé que podía ser positivo actuar en el Instituto.&rddquo; Cuando acabe este trabajo, irá a Venezuela para pasar unos días con su novio, el cantante mexicano Luis Miguel, de 29 años, más tarde a Los Ángeles para una sesión fotográfica, luego a Las Vegas para recibir el premio musical de la revista Billboard a la artista de la década, y por fin a México para promocionar su disco. Sin maquillaje, con el pelo recogido y con unos zapatos de Prada con empeine gris de rejilla y tacones muy, muy altos, su aspecto es el de una colegiala que acabase de salir del armario de su madre e, inesperadamente, heredara una compañía multinacional. Aunque lo cierto es que no ha heredado una multinacional, Mariah se crió en un entorno modesto, y su madre, cantante de ópera y profesora de voz, tenía en ocasiones hasta tres empleos distintos con los que mantenía a flote a la familia. Pero hoy, a sus 29 años, la cantante es uno de los principales activos de una de ellas: la Sony, compañía propietaria de Columbia, su sello discográfico.

Desde agosto del año pasado, Mariah ha compuesto y grabado un álbum, ha visto cómo el primer sencillo llegaba al número uno de las listas, ha hecho tres vídeos y ha grabado un especial para la televisión. Es la única artista, desde los años veinte, que ha alcanzado el número uno en todos los años de la década en Estados Unidos y en medio mundo. Ha tenido más éxitos de venta que ninguna otra artista femenina, más que cualquier artista en activo del género que sea y más que cualquier artista en general, a excepción de Elvis Presley y los Beatles. En conjunto, ha vendido la asombrosa cifra de 105 millones de discos desde su debut en 1990. Además, ha realizado innumerables entrevistas y programas en directo. Y siempre con unos tacones altos, muy altos.

Lo cierto es que a veces ha tenido que llevar esos tacones por duplicado su perverso alter ego, Bianca, con la que se enfrenta en los vídeos de “Heartbreaker,” tampoco es aficionada al calzado convencional. Mientras, Mariah contempla una hilera de pantallas de vídeo y se prepara para arrojarse a una de las espirales más características del repertorio: la espiral de la conversación: “Bueno, al principio, lo que yo quería hacer — no, no, gracias, dejaremos el vino para más tarde — lo que yo quería era interpretar un personaje que fuese distinto de mí. Y Brett Ratner, el director del videoclip, y yo, desarrollamos un concepto de personaje cursi, que casi no quiere tocar nada, que sólo se quiere a sí mismo y a un perrito que lleva en el bolso. Es todo pose. No sé cuándo decidí que tenía que ser inglesa, pero el caso es que conocí a una azafata de avión que tenía un acento de colegio privado — cortaba las palabras — y le pedí que me explicase cómo tenía que decir determinadas cosas. Me gusta hacer imitaciones. Puedo imitar a quién quieras. Puedo hablar como Addie, mi abuela. Cuando yo era una rubia pequeñita, me vio un día y le dijo a mi padre (prosigue con acento sureño), ‘Roy, esa no es tu hija. Niña, quiero verte bailar.’ Y me provocó un complejo con el baile que me ha durado toda la vida. Mi abuela es una fuente de inspiración para mí. Mi padre no sabe bailar, pero así es como querían demostrar que yo era su hija. Yo tenía tres o cuatro años y mis padres estaban tramitando el divorcio. Así que nunca quise bailar. Pero ya lo he superado. Ahora bailo hasta en la calle, sea en el sitio que sea. El caso es que vamos a resucitar al personaje de Bianca. Ella es la anti-Mariah. Creo que sólo le gusta la música tecno. No se viste como una seguidora del tecno. Pero ése es su conflicto. Tiene muchas contradicciones.”

Mariah grabó la mayor parte del álbum Rainbow en Capri, Italia, que al ser una isla montañosa en la que hay que ir caminando a todas partes, resultó una dura prueba para sus zapatos. “Tenía que hacer autostop para llegar al estudio cada día, así que acabé por dormir allí. No era una habitación de estrella,” dice, entrecomillando con los dedos la palabra “estrella,” que pronuncia, como otras palabras y frases, al modo del Dr. Maligno, uno de los personajes de la película Austin Powers, de la que Mariah es una fan. “No era una suite ni nada parecido — continúa — pero la verdad es que no me importa que la habitación no sea grande. Me gusta tener un entorno íntimo. Pero es que en este cuarto había mosquitos por todas partes, además no estaba muy limpio y era muy pequeño. Así que me levantaba y me ponía a cantar, y luego dormía todo lo posible. Para tener la sensación de que estaba de vacaciones, me subía a unas barcas que bajaban hasta la Gruta Azul. Un día me desperté delante de la roca de las sirenas. Estas se sentaban allí para atraer a los hombres y les dieron esta roca porque a las mujeres se las consideraba menos importantes que los hombres. Y su venganza era atraerlos hacia la roca por medio de su voz.”

Decir que Mariah es una artista con sentido práctico es quedarse muy corto. Es una mujer vertiginosa (toda espirales), pero el vértigo de su actividad no indica falta de sentido o de inteligencia. En todo caso, apunta a un exceso de estas virtudes. Está contenta, es la que manda y, sobre todo, está contenta de ser la que manda.

Su divorcio, en 1997, del presidente ejecutivo de Sony Music, Tommy Mottola, que la hizo firmar su primer contrato cuando era una adolescente, después de escuchar la maqueta que le pasó en una fiesta, tuvo un efecto manifiestamente liberador. El matrimonio no fue apacible y, aunque ambas partes afirman que su relación actual es amistosa, lo evidente es que se ha quitado un peso de encima — los amigos de Mariah solían denominar “Sing Sing” a la casa que compartía con Mottola en Bedford Hills, Nueva York, porque la demanda de nuevos discos era implacable [La alusión a Sing! Sing! es un juego de palabras entre el significado literal — ¡Canta! ¡Canta! — y el nombre de la conocida prisión estadounidense].

En cualquier caso, lo cierto es que Mariah es una diva muy ocupada. “Si no hubiera visto yo misma todas las cosas que hace al cabo del día, yo tampoco daría crédito,” dice su madre, Patricia Carey. “Siempre ha sido así. Nunca para, siempre está escribiendo o haciendo algo.” “Lo menos que se puede decir de ella es que le pone esfuerzo,” asiente Brett Ratner, el realizador de su último vídeo. “Pero, además, es como una niña. Cuando estás con Mariah, su realidad se impone. Hay que aceptarlo y disfrutar del recorrido. Es muy lista. Lo hace todo: compone, produce. La gente se cree que hace canciones sólo para vender discos, pero esos temas son auténticamente suyos.” Ya sea por ansiedad, por exceso de energía o por una combinación de las dos cosas, es orgánicamente incapaz de hacer sólo una cosa a la vez. Por ejemplo, además de viajar a Venezuela para ver a Luis Miguel, va a intentar investigar las raíces de su padre, mitad afroamericano, mitad venezolano. Mariah, cuya madre es de origen irlandés, tituló su disco Rainbow (Arcoiris), en parte, por referencia a sus orígenes multirraciales.

Aparte de colaborar en la composición y la producción de casi todos sus trabajos, a partir de la publicación de Rainbow está inmersa en una espiral promocional que le ha hecho recorrer cuatro continentes, estableciendo contacto personal con innumerables seguidores y durmiendo cuatro horas diarias. “A veces ya no sé ni dónde estoy,” afirma, haciendo un resumen de los cinco últimos meses, “porque viajo a una ciudad distinta cada día. De todas formas, creo que después de ir a Capri, estuve en Nueva York… sí, estuve en Nueva York, haciendo promoción… No, primero fui a Tenerife, porque Luis iba a dar un concierto, y pensé que esas iban a ser mis vacaciones, pero el sitio no era tan estelar como había imaginado. De todas formas, fue agradable reunirme con él, así que le pedí y le supliqué que viniese a Capri conmigo antes de reanudar mi programa. No fue precisamente un paseo, pero fuimos, y a él le encantó. Montamos un verdadero escándalo. Vamos a ver… después de Capri — ¿tienes frío? — fui a Nueva York. Ah, y además, en medio de todo, hice el vídeo de “Heartbreaker” en Los Angeles, y acabé agotada, porque hice las escenas peligrosas yo misma. Sabía dar patadas circulares, porque mi hermano es cinturón negro. Lo demás, me lo enseñaron. La persona con la que tenía que pelear es una chica estupenda, pero me dio de verdad varias veces, y acabé con magulladuras por todo el cuerpo. El último día me quedé en la cama, sin poder moverme. Estaba hecha una pena; tenía las marcas de sus dedos en la pierna, y el único que me cuidó fue Luis. Me decía, ‘hoy voy a ser tu enfermero,’ y se encargaba de traerme las cosas. Luego fuimos a Europa, hicimos todo el lío promocional y viajamos a… Asia, me parece. No recuerdo bien si estuve en casa en algún momento. Ah, sí, volví y sacamos el álbum, y luego viajé en el avión con unos fans que habían ganado un concurso. El avión se llamaba Rainbow One, pero no habían hecho más que ponerle una pegatina. No lo habían pintado ni nada. Me dijeron que iban a ponerme un avión con el nombre del disco, y me pareció muy bien. Pero sólo llevaba una pegatina. No era una cosa estelar ni deslumbrante. Después viajé a Chicago en el Rainbow, estuve en el programa de Oprah Winfrey y me acompañaron unos fans. Me encanta todo lo que signifique una interacción real con los fans. Al día siguiente, en Chicago, hice una actuación en directo. Luego viajé a Europa o a Hong Kong, no sé en qué orden. Después a Asia y Latinoamérica, creo.”

Mariah y Luis se conocieron hace un año en Aspen, Colorado, donde ambos estaban pasando las Navidades. Los agentes inmobiliarios que les habían alquilado sus respectivas casas les prepararon una cita a ciegas. El agente de Mariah le dijo que Luis quería conocerla, y el agente de Luis hizo lo mismo. Aunque la vida amorosa de Mariah es objeto de intensas especulaciones periodísticas, su relación con Luis Miguel ha sido bastante tranquila, exceptuando algunas apariciones en las columnas de sociedad. Poco después de conocerse, se publicó la noticia de que él le había regalado un espléndido collar de diamantes. “Es verdad que me lo regaló,” dice Mariah cuando le comento el rumor, “pero no era un collar enorme y ostentoso. Es un bonito collar de Bulgari, y me lo dio en Nochebuena, así que fue muy oportuno. Nos conocimos el día antes de la Nochebuena.”

En el entorno vagamente etrusco de los estudios de Miami donde se mezclan las pistas vocales del especial de televisión, Mariah está sentada, comiendo zanahorias y apio. (Si hay algo que quiere comunicar al mundo es que los comentarios de que estaba excesivamente gorda en la entrega de los premios de la Academia del año pasado, le han provocado ciertos desarreglos alimentarios).

La cantante lleva sus característicos tejanos, un breve top gris, un manojo de pulseras de piedras semipreciosas que colecciona por el simbolismo del arcoiris, una pulsera de oro que recibió como regalo de cumpleaños de un amigo y un hermoso brazalete de diamantes que le regaló Luis Miguel el día de San Valentín. “Al principio, no sabía adónde iba a ir a parar. Estaba en una fase de euforia acelerada,” dice. “Era como si me hubiese tomado un éxtasis — cada cosa que hacía era la más importante del mundo. Debido a mi obsesión por integrarme, tenía la idea infantil de que iba a conocer a un mulato con un aspecto parecido al mío y una vida similar, y que viviríamos felices para siempre. No quiero citar a Jerry Maguire, pero pensaba que, a partir de ese momento, sería una persona completa, porque hasta entonces me sentía fragmentada y sin orden. Pero eso no es verdad, las cosas no funcionan así — tenía que encontrar a alguien que fuese emocionalmente compatible conmigo. Y Luis lo es, en primer lugar porque somos músicos, y eso genera una dinámica nueva e interesante. Lo mejor de todo es que, cuando empecé a salir con él sin que nadie lo supiera, paseaba a su lado disimuladamente y todos le miraban a él, y no a mí. Yo disfrutaba observando el efecto que esto produce en otra persona. Porque la gente le reconocía de inmediato, se volvía loca por él, y era genial. Siempre me preguntan si hay competencia entre nosotros, pero es todo lo contrario.”

Como indica la referencia indirecta a su breve relación con Derek Jeter, el jugador mulato de los Yankees, Mariah es un tanto reacia a comentar los detalles de su vida privada. Pero como además es extremadamente atenta, al cabo de unos días me llama desde, bueno, desde algún coche donde le están maquillando antes de una rueda de prensa, y me proporciona el siguiente informe sobre los premios Billboard, una nueva espiral en torno al propósito de su llamada, que es relatarme una anécdota de Luis Miguel. “Fue una ceremonia estupenda. Luego fuimos a un restaurante. Era el cumpleaños del novio de una chica y ella se acercó a pedirme que cantara “Cumpleaños Feliz” porque le había prometido a su novio que iba a ser una noche llena de sorpresas. Así que mi amigo Trey (se refiere al cantante Trey Lorenz) y yo hicimos una versión improvisada, pero antes de que empezásemos a cantar, la mujer se empeñó en pagarme cien dólares. Yo le dije que no era necesario, pero empezó a rebuscar en el bolso y sacó el dinero. Yo le decía ‘no, de verdad, guárdatelo, es igual.’ ¿No es maravilloso? Me hace gracia que, después de ganar el premio a la artista de la década, alguien me ofrezca cien dólares por cantar “Cumpleaños Feliz.” Así que, por una vez, pasé una noche muy divertida. Me sentía feliz y triunfante. Además, Luis me envió unas flores y una tarjeta de felicitación al hotel. Fue un detalle muy tierno, porque intentó enviar diez docenas de rosas, pero sólo había siete en todo Las Vegas. También había una nota de la florista disculpándose. Decía, ‘quiso enviarle diez docenas, pero había acabado con todas las rosas de Las Vegas.’ ¿No es encantador?”

A pesar de haber vendido 105 millones de discos en todo el mundo en los diez últimos años, Mariah, que adquirió recientemente un apartamento en el centro de Manhattan, pero que ha vivido en hoteles y domicilios subarrendados desde que puso fin a su matrimonio, no posee más que un mueble: el piano de cola blanco de la madre de Marilyn Monroe, por el que pagó 662.000 dólares en una subasta el año pasado. “Mi contable se moría. La verdad es que también tengo una silla que me regaló mi manager, porque le parecía mal que no tuviese muebles. Es una silla blanca y dorada del año 1801. Es muy bonita, me la regaló las Navidades pasadas. Me encanta Marilyn desde que era una niña y vi un documental de ella con mi madre. Por algún motivo me pareció fascinante. Ya sé que le ocurre a todo el mundo, y que no tiene mucho de particular, pero mi interés era cada vez mayor, y empecé a leer sus biografías. Puede que no fuesen las lecturas más apropiadas para una niña de ocho años, pero aprendí muchas cosas de su vida, y sé que el piano pertenecía a Gladys, su madre. A la madre de Marilyn la internaron y eso la afectó mucho. Su padre no la reconoció y ella no tuvo hijos, aunque lo intentó muchas veces. Tampoco tenía familiares que pudieran distribuir sus pertenencias… ¿a ti te gustaría que un desconocido subastase tus cosas de cualquier manera?… En fin: lo que quería decir es que el piano era de su madre, tenía un gran valor sentimental para ella, y la verdad es que no conservaba muchas cosas de su familia. Yo quería que lo tuviese alguien que lo cuidara. Pienso conservarlo, pero me encargaré de que, algún día, pase a un museo. Hubo mucha gente que se aprovechó de Marilyn, y yo me alegro de haber comprado el piano, porque ella lo valoraba mucho y creo que no debería ser objeto de explotación. Es como si el círculo se cerrara: yo leía libros sobre ella cuando era niña, y ahora he podido comprar este piano. El precio era una locura, ya lo sé, pero es la única cosa que tengo. Y significa algo para mí. Estoy muy contenta con él.”