“¡Me estáis torturando!”, grita Mariah Carey. A pesar de sus quejas, la última diva del pop no está atada a una silla tal y como aparece en el vídeo que ha rodado para promocionar el single Honey; tampoco sufre el acoso de la prensa amarilla ante el supuesto ardor de su vida amorosa; que se sepa, ninguna conservadora empresa neoyorquina ha vetado su nombre debido a la última “manía” pública de esta joven de 28 años: salir con raperos; y ni siquiera le han pedido que se levante a las 4:30 de la madrugada (hora a la que suele irse a la cama), como ocurrió cuando tuvo que asistir al famoso programa de televisión El show de Oprah Winfrey.
La tarde de nuestra charla, el tormento de Mariah es fruto de alguna mente diabólica del equipo de filmación, que ha elegido un incómodo y calurosísimo estudio de Nueva York para realizar una entrevista con la estrella y la ha sentado en un amplio sofá de cuero negro. La artista se ha pasado la última media hora contorsionándose y adoptando todas las posturas posibles para encontrar alguna que la hiciera parecer relajada y natural ante la cámara.
Cuando observa el resultado en un monitor de televisión, cada toma constituve una nueva humillación visual: primero, su rodilla izquierda tiene demasiado brillos; después, su top color chocolate se ajusta de manera poco favorecedora; por último, el pelo le cae como no debería caerle. Al final, se recoloca en una esquina del sofá, extiende las piernas a un lado e inclina la cabeza hacia la cámara. Y apostilla: “Siempre acaba pareciendo más natural la postura más incómoda”
Esta máxima resulta muy apropiada si la aplicamos a la carrera de Mariah Carey: sus recientes problemas personales la han catapultado a la cima de la fama, dejando en un segundo plano el hecho de que, tras la salida al mercado del single “Honey” — fulminante número uno — Mariah se ha convertido en la artista femenina con más discos vendidos en esta década, batiendo a Madonna, Janet Jackson y Whitney Houston. Sus baladas pop y temas de baile han alcanzado un número inusitado de ventas — 80 millones de unidades — y todos los álbumes que ha editado desde su debut a los 20 años se han convertido en multiplatino.
Es indudable que la carrera musical de Mariah se ha beneficiado de su relación con Tommy Mottola (directivo de Sony), un secreto a voces hasta su boda en 1993. Mottola, veinte años mayor que ella, ya estaba casado cuando ambos se conocieron y a partir de ese momento supervisó el lanzamiento de la carrera de Mariah. A pesar de los inquietos comienzos, una vez casados, Mottola y ella parecían felices en el palacio que habían construido a las afueras de Nueva York. Hasta que hace cosa de un año, tras meses de especulaciones y un desmentido oficial sólo un día antes, la pareja anunció su separación y la cantante comenzó a liberarse de la imagen de chica sana y pura que algunos atribuyen al genio creativo de Mottola. Su nuevo álbum, Butterfly (mariposa), apuesta por los sonidos más actuales, incluye algunas letras muy personales y muestra una imagen tremendamente sexy.
De la noche a la mañana, Mariah se ha convertido en el personaje favorito de todas las columnas de cotilleos. Cada hombre con el que habla pasa a ser automáticamente su nuevo novio. Cuando rodaba el vídeo de “Honey,” alguien tomó una foto de Mariah mientras un estilista le arreglaba el cabello. La instantánea apareció en un periódico australiano bajo el titular “Mariah se divierte en la playa acompañada de un hombre misterioso.” En los últimos meses se la ha relacionado con Derek Jeter (jugador del equipo de béisbol de Los Yankees), David Fumero (el modelo del vídeo “Honey”), el rapero Q-Tip… prácticamente “¡todo el mundo desde el cantante Puff Daddy a Donald Trump! — se asombra —. Seamos realistas. ¡Esto es ridículo! Como nadie me ha visto salir durante seis años, de repente piensan: ‘Se ha vuelto completamente loca!’ ”
A pesar de sus protestas, Mariah se ha adaptado a la fama como a una segunda piel. Al contrario de lo que ocu-re en otras profesiones, en el negocio de la música el drama personal puede acarrear ventajas comerciales, como ya ha ocurrido en los casos de Madonna o Courtney Love. Y Mariah ha entrado en el juego. En el tema que da título al disco, Butterfly, efectúa una declaración de principios: “Los caballos salvajes deben correr sin riendas para que sus espíritus no mueran. Extiende tus alas y prepárate para volar.”
“Las cosas que me han ocurrido mientras estaba trabajando en este álbum me han dejado completamente agotada — dice, refiriéndose a un período que ha durado más de un año —. Pero soy el tipo de persona que se entrega completamente en su trabajo. Cuando era niña, la música fue mi tabla de salvación, lo que me empujaba a seguir y me hacía sentir especial, me daba esperanza.” Según afirma, Butterfly es para ella su logro más gratificante “porque es algo de lo que soy totalmente responsable y con lo que me atreví a correr riesgos.” Anteriormente había sido muy precavida tanto en sus presentaciones musicales como en la imagen que intentaba transmitir “por la forma en que me educaron. Siempre me sentía como si en cualquier momento me fueran a quitar la silla para que me estampara contra el suelo.”
Al hablar del pasado, Mariah se refiere a una infancia particularmente dura. Sus padres se separaron cuando ella tenía dos años y se divorciaron cuando tenía tres. Tanto ella como su hermana y hermano (ambos casi diez años mayores) son producto de un matrimonio interracial: su padre, Alfred, ingeniero aeronáutico, es un venezolano de raza negra; su madre, Patricia, que estudió para cantante de ópera, es irlandesa. “Soy trirracial" dice Mariah. Mientras vivían en un vecindario blanco de Long Island, Nueva York, la familia experimentó de cerca el rechazo racial — “envenenaron a los perros, nos quemaron los coches, a mi hermano le pegaron…”, recuerda — lo que sin duda aceleró el divorcio. Su madre, que antes había cantado profesionalmente, tuvo que pluriemplearse para sobrevivir.
“Se suponía que mi hermano tenía que cuidarme cuando ella se iba a trabajar — dice Mariah —. Yo tenía unos seis años y él andaría por los 16. Me dejaba y se iba por ahí con sus amigos: era un rebelde. Así que estaba casi siempre sola y me sentía muy vulnerable y asustada. Vi mucha locura en mi casa.” La cantante no da demasiados detalles, pero las drogas también formaban parte de aquel mundo. “Yo podría haber acabado siendo una adicta — dice —, pero tomé la decisión correcta al decirme a mí misma ‘no voy a ser como ellos’.”
En busca del proverbial “algo para ganarse la vida” Mariah estudió en una escuela de belleza. Aprendió a “poner rulos, hacer permanentes, ahuecados, manicuras y pedicuras — recita —. Nuestro estilo era bastante cursi, pero ya sabes, estábamos en los 80.” Después trabajó como camarera y en un guardarropa, pero su primera oportunidad llegó cuando hacía coros para la cantante Brenda
K. Starr. En noviembre de 1988, Brenda la llevó a una fiesta de la industria del disco donde Mariah intentó colocar su maqueta a algún ejecutivo de Sony, y fue Tommy Mottola quien se la quedó. Ese día, la cantante empezó a vivir su sueño.
El miedo a convertirse en carnaza para la prensa amarilla ha hecho que Mariah se muestre reticente a hablar de su separación. Incluso la famosa Oprah Winfrey no pudo conseguir que arrojara luz alguna sobre este particular, excepto que ahora, según sus palabras, se encuentra en la senda del “crecimiento personal.”
La noche de nuestro encuentro, abandona el estudio de grabación y se sube a una limusina que la lleva a su cuartel temporal en un hotel de Manhattan. Antes de empezar a hablar se toma un vaso de vino tinto, se quita los zapatos (así a ojo calza un 40), extiende su 1,73 de estatura en un sillón y se tapa con una manta.
Acostumbrada a trabajar toda la noche y dormir hasta el mediodía, ha estado tomando melatonina para intentar vencer el sueño, “pero — dice —, me hace soñar cosas muy raras.” Precisamente ha incorporado uno de estos sueños al vídeo de “Butterfly” (ella persigue algo, pero el objeto de su búsqueda salta una alambrada y, cuando intenta seguirlo, no puede y se corta un dedo). “No puse la sangre en el vídeo — comenta —. Demasiado truculento.”
¿Es su ruptura con Mottola demasiado “truculenta” como para explicarla? “Es difícil. No quiero que parezca que le estoy criticando o que intento ganarme la simpatía de los demás,” dice. Su comentario más revelador es la descripción de cómo era su vida cuando empezó a salir con Mottola: “Tenía mi propio apartamento. Era independiente y todavía conservaba amigos de la infancia.”
Aunque ella siempre aseguró que Tommy era su mejor amigo, cuanto más tiempo pasaban juntos, más aislada, dependiente y deprimida se sentía. Y nunca experimentó esa etapa de autodescubrimiento por la que suelen atravesar las personas al cumplir 20 años.
Su consejo para las mujeres que estén atravesando por una separación es “no te busques a otra persona, no te enamores por venganza, sólo intenta aprender de tu experiencia.” Ella misma no está segura de hacia dónde encauzará su vida sentimental. “Tengo problemas de confianza. No sé si ahí fuera hay alguien en quien yo pueda confiar plenamente. Y no necesito que sea alguien con quien irme a la cama, porque ahora mismo encontraría 100 tíos con los que pasar el rato. Si estoy con una persona va a ser porque de verdad la quiera, no porque sienta que necesito perder un poco la cabeza.”
Cuando vuelva a comprometerse en una relación, asegura, será para tener hijos “y aún no estoy emocionalmente preparada. Tener niños y no dedicarte a ellos al cien por cien es una irresponsabilidad. No querría que nadie más cuidara de mi hijo. Contrataría a una niñera, porque todos necesitamos ayuda, pero yo tendría que ser la persona más importante en la vida de mi hijo y contar con un padre adecuado completando la escena.”
Mariah acaricia la cadena que lleva al cuello; de ella cuelgan una cruz, un corazón y dos anillos. Uno es el regalo de un novio del instituto, el otro, de su hermana. No son nada del otro mundo (una circonita cúbica y una sortija de las que se compran en tenderetes), pero siempre los lleva consigo, incluso después de que “se rompieran, se doblaran y el circonio se cayera.” Esos anillos todavía los conserva, en cambio, el brillante de seis quilates que lució en su boda ha desaparecido. Unas noches antes, en la fiesta de presentación de su disco, ella se deshacía en sonrisas y accedía a todas las entrevistas. Y tanto entonces como en este momento, su mano derecha jugaba con el dedo en el que hace un año resaltaba el anillo y que ahora aparece desnudo. Es difícil quitarse viejas costumbres.