Mariah está cansada. Su periplo de dos días por Madrid, salpicado de encuentros con sus “fans” firmas de discos, entrevistas y grabaciones para la televisión, le ha chupado la escasa energía que conservaba después de un largo viaje desde Los Angeles a bordo de su avión privado. Así que cuando no le queda más remedio que soportar el trabajo de dar respuestas a unas cuantas preguntas, su simpatía y dulzura — dos virtudes que forman parte de su fama de buena chica — se desdibujan levemente gracias a la desgana, que trata de disimular ocultando la mirada tras unas gigantescas gafas negras, pero que inevitablemente se le nota por culpa de un par de traidores bostezos, por la forma en que se acopla en un mullido sofá y, lo más sorprendente, por una voz monótona y afectada por una leve ronquera.
Su historia es la de una Cenicienta en versión moderna. La infancia de Mariah Carey, marcada por el divorcio de sus padres — es hija de un venezolano de raza negra y de una irlandesa — y por los graves problemas económicos de su progenitora, fue muy complicada. Se entregó a la música con el ímpetu de quien se agarra a un salvavidas en pleno naufragio. Y tuvo la paciencia suficiente para aguardar, sin alterarse, su oportunidad. Su magnifica voz y su acento de terciopelo impresionaron a Tommy Mottola, presidente de Sony Music Entertainment (multinacional propietaria de Columbia, sello con el que graba) y a quien Mariah levó al altar hace un par de años; nada más conocerla en una fiesta, le abrió las puertas del mercado discográfico. Mariah Carey (1990), el primer álbum, fue un bombazo. Desde entonces y hasta la fecha, ha vendido más de sesenta millones de copias en todo el mundo de sus diferentes trabajos. Daydream, editado hace varias semanas, es su álbum número cinco y por el que esta dispuesta a descubrir algunos rincones de sí misma. Solo hay un asunto que le irrita: Whitney Houston. Y es que todavía le escuece que la comparen con ella, aunque parece ser que el malestar es mutuo.
Cuentan las malas lenguas que Whitney tampoco soporta que le hablen de Mariah Carey.
Me han pasado tantas cosas desde 1990 hasta ahora, he cambiado de una forma tan rápida, que cuando pienso en mi vida con cierto sosiego siento vértigo — comenta sobre sus últimos cinco años —. Durante todos estos años he trabajado muy duro y, también, he tenido experiencias increíbles; además, musicalmente he crecido tantísimo, que casi me siento como una ancianita. En cuanto a mi mundo privado, es diferente al de antaño. Pero le aseguro qua no he sido la única qua se ha convertido en otra persona…
¿Sigue conservando a los viejos amigos?
Sigo conservando a los verdaderos amigos y me he alejado para siempre de los falsos amigos. Culpa de los celos… Es duro descubrirlo, pero ¡así es la vida!
Hasta darse a conocer, usted no tuvo una vida precisamente fácil. Sin embargo, gran parte de los temas que compone e interpreta rezuman alegría y optimismo. ¿Es Mariah Carey una muter completamente feliz?
No es que sea más feliz que el resto de la gente, lo que pasa es que soy una persona muy positiva y en mis canciones trato de lanzar mensajes cargados de esperanza. Creo que ya hay demasiadas desgracias en el mundo como para que, además, llegue yo y cuente las mías. Mi madre, que es la persona que más ha influido en mi vida, consiguió transmitirme sus buenas vibraciones cuando era una niña. Afortunadamente, todavía hoy las conservo.
También usted debe de ser una persona muy romántica, ¿no?
Sí, lo soy. La música es para mí un conjunto de emociones y, de todas ellas, el amor es la más poderosa, la más irresistible. ¿Cómo podría ignorarlo? Yo me limito a regalar a los demás ese ramillete de sensaciones que tenemos cada día.
Con su primer álbum, vendió doce millones de copias y puso muy alto su listón artístico. ¿Cómo consiguió sobrevivir a la presión de superarse a sí misma?
Tuve la inmensa suerte de empezar a grabar un segundo elepé justo cuando finalicé el primero, así que estaba tan ocupada con mi trabajo que, al principio, apenas me enteraba de lo que me estaba pasando. Gracias a Dios, no me obsesioné con el dinero, no me emborraché de éxito, no me impresionó la fama. Sin embargo, llegó un momento en el que no tuve más remedio que frenar un poco mi ritmo de trabajo. No hacía más que grabar y grabar como una loca. Y cuando empecé a serenarme profesionalmente, fue cuando choqué con la realidad: me había convertido en una mujer muy famosa sin dame cuenta.
¿Y se siente comoda con la fama?
Ahora me siento mejor con ella que hace un par de años.
El ser un ídolo para tanta gente que le admira, ¿no le crea cierta inquietud?
Me asusta que mis admiradores me vean como la mujer perfecta o como una diosa, porque no lo soy. Tengo muchos defectos, cometo errores y por eso me niego a vivir bajo la temible presión de hacer todo bien. La perfección no existe.
Al principio de su carrera, mucha gente caía en la tentación de compararla con Whitney Houston y, todavía hoy, se sigue haciendo. ¿Cómo le sienta?
Nunca he sufrido una crisis de identidad por el hecho de haber sido comparada con Whitney Houston, pero me resulta muy triste que la gente necesite colocar a tu lado a una supuesta rival. Es absurdo. Aunque hemos trabajado con los mismos productores, Whitney y yo no nos parecemos en nada. Somos completamente diferentes. Así que,
¿para que hablar del asunto?